Un refugio perfecto by Pilar Cabero

Un refugio perfecto by Pilar Cabero

autor:Pilar Cabero [Cabero, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2019-11-13T16:00:00+00:00


37

Elisa no preguntó ni dijo nada. Después de lo que había estado haciendo un rato antes, ya no parecía sorprenderse y se limitó a continuar con lo pedido.

—Lo siento, no puedo. Se resbala.

Era normal. A veces eran necesarios los brazos de dos hombres para extraer el ternero. Tras comprobar que la cuerda estuviera bien sujeta al ronzal y a la argolla de la pared, volvió a situarse detrás de Elisa.

Ella se pasó el antebrazo por la cara, en otro intento de quitarse el sudor, pero solo consiguió extendérselo más. Pese a todo, a Joseph seguía pareciéndole muy guapa. El brillo de sus ojos y el sonrosado de su piel le daban un aspecto muy cálido y seductor. Sacudió la cabeza en un intento de apartar de su mente esos obstinados pensamientos. Debía concentrarse en la tarea.

—Ahora tiraremos los dos a la vez —advirtió, situándose a un lado—. ¡Ahora! —ordenó al notar que la vaca empujaba.

Elisa estiró, afianzando sus pies contra el suelo de paja. Él la sentía pegada a su costado. Podía escuchar su respiración acelerada y hasta oler el aroma dulzón de su leche maternal. Se reprendió mentalmente al recordar la forma perfectamente redonda de su pecho, cuando la pilló tras asustarse con el perro.

«¿Qué demonios te pasa?», masculló para sí. «Céntrate en el parto.»

Ella, ajena a los pensamientos nada castos de Joseph, esperó a que él volviera a dar la orden de tirar. Sus manos y sus brazos se tocaban medio entrelazados; fuertes y con vello dorado los de él, suaves y finos los de ella. Los cuatro juntos en un mismo propósito.

Fueron necesarios varios esfuerzos para conseguir sacar la cabeza del becerrito. Luego fue tan rápido que, un instante más tarde, ella estaba sentada sobre la paja, con un ternero, brillante y resbaladizo, encima.

—¡Santa María! —barbotó desde el suelo, tratando de incorporarse sin hacer daño al recién nacido—. ¡Cómo pesa!

Joseph corrió a quitárselo de encima. Ella sonreía. El delantal, la falda, la parte delantera del corsé y la camisola estaban mojados y sucios de sangre, líquido y restos del parto, pero a la joven no parecía importarle, pendiente como estaba de la cría.

—¿Os ha hecho daño? —preguntó, preocupado. Elisa negó con la cabeza, aún sobrecogida por lo sucedido—. Posiblemente, ya pese más que vos.

—Es muy grande, sí.

Joseph retiró los restos del saco vitelino para atender al pequeño. Con los dedos le limpió las fosas nasales y la boca para quitarle todo el líquido amniótico. El animalito sacudió la cabeza y empezó a respirar sin problemas. Debía presentárselo a la madre. Lo tomó en brazos, luego lo puso en un montón de paja cerca de ella. Al liberarla de la pared y quitarle el ronzal, no tardó en ir a lamer a su cría para retirarle los restos del parto.

—Es precioso —murmuró Elisa, mirando al pequeño que, tumbado sobre la paja, dejaba que su madre lo limpiara a fondo—. Es…

Joseph la vio bajar la cabeza y frunció el ceño al no saber qué le ocurría a la joven. Después, cuando sus hombros comenzaron a sacudirse, ya no le cupo ninguna duda: estaba llorando.



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